VATICANO, 15 Ago. 22 (ACI Prensa).- En el marco de la Solemnidad de la Asunción, recordamos lo que el Papa San Juan Pablo II explicó en su catequesis del 25 de junio de 1997, sobre la “dormición” de la Virgen María.
El Papa Juan Pablo II, que consagró su pontificado a la Madre de Dios bajo el lema “Totus tuus” (Todo tuyo), recordó que cuando Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de la Virgen María, el 1 de noviembre de 1950, “no pretendió negar el hecho de la muerte; solamente no juzgó oportuno afirmar solemnemente, como verdad que todos los creyentes debían admitir, la muerte de la Madre de Dios”.
“Reflexionando en el destino de María y en su relación con su Hijo divino, parece legítimo responder afirmativamente: dado que Cristo murió, sería difícil sostener lo contrario por lo que se refiere a su Madre”, dijo el santo que consideraba el Rosario como su oración favorita.
San Juan Pablo II citó luego a dos santos que se refirieron a este tema: San Modesto de Jerusalén, fallecido en el 634; y San Juan Damasceno, que murió en el 704.
Este último escribió sobre la Virgen María que “aquella que en el parto superó todos los límites de la naturaleza”, al ser asunta al cielo se despojó “de la parte mortal para revestirse de inmortalidad, puesto que el Señor de la naturaleza tampoco evitó la experiencia de la muerte”.
“Es verdad que en la Revelación la muerte se presenta como castigo del pecado. Sin embargo, el hecho de que la Iglesia proclame a María liberada del pecado original por singular privilegio divino no lleva a concluir que recibió también la inmortalidad corporal. La Madre no es superior al Hijo, que aceptó la muerte, dándole nuevo significado y transformándola en instrumento de salvación”, subrayó el Papa Juan Pablo II.
“Para participar en la resurrección de Cristo, María debía compartir, ante todo, la muerte”, destacó.
San Juan Pablo II también refirió que, si bien “el Nuevo Testamento no da ninguna información sobre las circunstancias de la muerte de María”, este silencio “induce a suponer que se produjo normalmente, sin ningún hecho digno de mención. Si no hubiera sido así, ¿cómo habría podido pasar desapercibida esa noticia a sus contemporáneos, sin que llegara, de alguna manera, hasta nosotros?”.
El Papa peregrino citó luego a San Francisco de Sales, quien consideró que “la muerte de María se produjo como efecto de un ímpetu de amor. Habla de una muerte ‘en el amor, a causa del amor y por amor’, y por eso llega a afirmar que la Madre de Dios murió de amor por su hijo Jesús’”.
En todo caso, “cualquiera que haya sido el hecho orgánico y biológico que, desde el punto de vista físico, le haya producido la muerte, puede decirse que el tránsito de esta vida a la otra fue para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo que nunca mejor que en ese caso la muerte pudo concebirse como una ‘dormición’”.
“La experiencia de la muerte enriqueció a la Virgen: habiendo pasado por el destino común a todos los hombres, es capaz de ejercer con más eficacia su maternidad espiritual con respecto a quienes llegan a la hora suprema de la vida”, concluyó.